lunes, 8 de julio de 2013

Espada envainada

Algún día, al voltear,
al verme desaparecer por el horizonte
verás una imagen:
la silueta de un hombre
con la punta de su espada
tocando el piso...
un caballero caminando
hacía su destino.
Yéndose, perdiéndose a lo lejos,
uniéndose con las nubes
que ocultarán su paso.
Detrás suyo, un rastro.
Gotas rojas pintando el suelo.
Un rastro rojo, rojo sangre
llegando hasta tus pies.

Aquel caballero
luce ropas haraposas,
una brillante armadura
muy magullada y semidestrozada:
resultado de tantas batallas,
muchas victorias, muchas derrotas.
Se comprueba en su cuerpo:
las heridas están frescas,
aún abiertas;
los cortes, profundos,
dejan su marca en su ser.

El pobre, busca un destino.
El pobre, busca una historia.
El pobre, busca a quién proteger.
El pobre, busca a quién obedecer:
un señor que lo acoja;
y una dama...
una dama que lo sepa apreciar.
El pobre buscará un nuevo desafío.

Algún día... con el filo húmedo
de un rojo carmesí
la silueta y el aura
difuminándose en el olvido,
buscarás con angustia alcanzarme.
Y te darás cuenta que
al llegar donde las nubes del horizonte,
lo único que alcanzarás serán
los retazos de tela roja,
las gotas de sangre inflijidas
por tu propia mano,
y la amargura de dejar ir
a este caballero
al abismo de su nueva aventura.