domingo, 7 de octubre de 2012

Alguien que proteger

Instinto de protección: activado.

Fue un buen día. Todos ahí alegres estaban. Vacacionando estaban. Él, feliz de la vida, pero algo intranquilo, confuso y perdido dentro de sí. Aún no tenía el valor para hablar de algo con una persona. Igual, todo fue muy rápido.

Entraron... haciendo destrozos.

Entraron... atacando a todo el mundo.

Entraron... disparando a quemarropa y arruinándole el día a todas las personas que fueron a descansar a ese lugar.

Estaban ahí varios, disfrutando del lugar, cuando oyeron los gritos desde la recepción. No le prestaron la debida atención hasta que oyeron con fuerza lo que sucedía. Entonces, desesperados, buscaron un lugar donde esconderse. Corrieron a sus cuartos para buscar algo que les ayude, sin antes mandar a dos para que investiguen: dos chicos rápidos y hábiles.

Al rato, se unieron los dos en uno de los ambientes: un patio amplio que daba a un salón grande con varios implementos dentro. Este salón se conectaba a un comedor por un pasadizo nada estrecho y con varias platas de adornos en el camino, además de estar lleno de ventanas. Era un bonito lugar, pensaban todos.

Era un día soleado... tan bonito, y que se tiene que convertir en esto.

En eso, se aproximaron. Los 16 ahí reunidos, contando a los dos chicos que fueron a averiguar, estaban ahí replegados, esperando a que algo o alguien se aproximara con fuerza. Los dos chicos entonces explicaron que era un grupo de personas armadas. Todos se llenaron de temor.

Qué pena... un día tan hermo...

¡Alto! Ya llegaron... y empezaron a disparar. A hacerse presentes disparando. La única manera de protegerse de esos disparos era detrás de los muebles. Así lo hicieron y resistieron un rato escapando de sus balas. Y, cuando podían, se acercaban por la espalda a uno y le quitaban sus armas para contraatacar.

Las chicas sacaron cuantas cosas les sirvieran: cremas, sprays o alguna otra cosa de belleza. Una, para su fortuna, guardaba un cuchillo que era un regalo de un amigo suyo. Lo llevó. Por otro lado, los chicos, más fieles a su estilo, sacaron de todo: herramientas, palos y otras cosas que llevaron "para divertirse". Era increíble ver el staff que sacaron.

Uno de ellos, antes de salir de su cuarto con sus "armas", sacó su crucifijo, su rosario y su reloj. El crucifijo se lo colgó, su rosario se lo enrolló en la mano y su reloj se lo puso en la muñeca derecha, debajo de su rosario. Vio y eran las 2:38 p.m. "Señor, ayúdame a salir de esta y proteger a todos" pensó antes de irse.

Lo recordó en ese momento... en que tenía al frente a uno de ellos. Con dos amigos lo tumbaron y le quitaron sus armas, sin antes dejarlo inconsciente con el palo de uno de ellos. Tenían un arma de fuego, pero no sabían cómo usarlo. Fueron donde estaban unas chicas replegadas, y discutieron de cómo usar el arma y quién debía usarla. Una de ellas, la que tenía el cuchillo, se hartó y empezó a disparar como le saliera. Bien, no lo hacía mal. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, entró un pánico dentro de ella. Los otros le animaron diciéndole que siga, ya que le había dado a uno.

Era el turno de la otra chica de agarrar el cuchillo. Era una de las "bravas" y de la que el otro chico no tenía el valor de hablarle. Para sorpresa suya, ella fue con él y los otros dos amigos. Se fueron para un costado y empezaron a sorprender a los hombres armados. Mientras, por el otro lado, las cosas no les iban bien: algunos estaban heridos y los empezaron a capturar, golpeándolos por resistirse y gritándoles cosas de propaganda política.

Las cosas se pusieron peor... Llegaron más por la retaguardia.

Para ese momento, los chicos ya tenían tres armas de fuego y les hacían la vida imposible a los señores. La chica y otros dos amigos suyos la estaban haciendo. Pero eso fue hasta que los sorprendieron por detrás, los ahorcaron un poco y les quitaron las armas. Los otros voltearon y se sorprendieron. Más adelante, los tres chicos y la chica, a la altura de medio pasadizo, se horrorizaron al ver hacia atrás: sus amigos estaban sufriendo, los estaban apaleando. Se quedaron un momento helados y... justo en eso... uno de ellos es agarrado por uno de los invasores. Quedaron tres.

Intentaron regresar al salón y buscar dónde refugiarse. Lograron meterse a un rinconcito algo protegido. Uno de los chicos se desesperó, pero con una cachetada de la chica reaccionó. El otro chico, apretando su rosario en la mano, se armó de valor y salió a enfrentarlos.

"Sacaré fuerzas de adentro y te protegeré. Protegeré a todos", pensó dentro de sí. Mirándola, le transmitió esa idea mientras le decía algo. La miró fijamente, como si nunca más la iba a volver a verla. Soltó una lágrima y salió de su posición. Ella intentó agarrarlo mientras le gritaba que era una locura, pero fue en vano. Él ya había salido a enfrentárseles.

Agarró a uno y lo tumbó. Al otro y lo estampó contra un equipo de ejercicios. Uno más le dio de alma contra la pared. Así a varios más. Sintió como sus implementos le quemaban: su crucifijo y su rosario le hacían arder, como si algo se cargara dentro de ellos: su reloj lo sentía más flexible y; además, sintió algo en su frente, como una marca que se remarcaba ahí y le quemaba. Volteó un segundo a ver dónde estaban la chica y su amigo. Mandó un suspiro de alivio. Al mismo tiempo, ella vio como sus implementos se tornaban extraños: su crucifijo lo veía brillando, su rosario parecía quemarle y un símbolo en su frente pudo distinguir, que le recordó algo que le dijo el chico el año anterior.

El chico seguía con fuerza. Sentía como algo dentro de él lo hacía más rápido y más fuerte. Voces dentro de su cabeza lo animaban. Entró en un estado de batalla, en el que veía todo tan rápido, así como esquivaba y se movía para contraatacar. Era prácticamente un superhumano a esas alturas. El amigo aprovechó para moverse con la chica y rescatar a los otros, ayudándoles en lo que pudieran.

En un momento, el chico sintió un peso extra en una de sus manos. Al blandir su mano, sintió como el aire se movía y le asestó un corte al combatiente al frete suyo. Vio como una espada en su mano, medio borrosa. La chica, al verlo de nuevo, divisó lo mismo. El amigo y los otros chicos no podían ver nada extra en él.

En el momento en el que mejor se sentía y mejor le iba peleando - ya habían caído más de veinte por su mano - sucedió lo peor. Un disparo... una bala a su pierna, que lo hizo tropezar en plena corrida y estamparse contra la pared. Tan fuerte fue el golpe que aquel muro se rajó, y el chico sacó heridas por golpe. Mucha velocidad empleada... Un grito de dolor, seguido de un grito de desesperación femenino y gritos a coro de angustia.

El chico, después de un gran esfuerzo, se reincorporó; justo a tiempo para recibir un puñetazo de un viejo de unos 52 años. Más edad, más fuerza. El golpe lo mandó un metro a volar, para caer de espaldas y muy dolido. Se levantó lo más rápido que pudo y siguió peleando, pero con mucha dificultad. En eso, más disparos: le caen 3 balas más: la primera en el antebrazo derecho, la segunda un poco más arriba de la muñeca izquierda.

El tercero en el costado.

Después de lucharla y resistir los dos primeros balazos, cayó al suelo por segunda vez. La chica volvió a gritar de desesperación, queriendo ir a correr a su encuentro. Sus amigos la sostuvieron con fuerza, más era más fuerza de la que pensaron necesaria: a ella la movía una fuerza más fuerte de lo normal, una desesperación y un sentimiento de angustia tan fuertes que la pusieron a mil, solo para correr a por el chico. Todos le gritaron que se quedara allí donde estaba, así como el mismo chico, el cual se sorprendió de verla tan preocupada por él... pues nunca la había visto así, ni aunque él tuviera una herida abierta. Ella también se dio cuenta de eso: que se estaban preocupando mucho por él. Los dos se sorprendieron dentro de sí.

El chico, en ese momento en el suelo, recordó algo... algo sobre la labor de un caballero: siempre a proteger.

Entonces, el muchacho sacó fuerzas de la nada y se levantó con una mirada más fiera. Los señores se asustaron y se demoraron un segundo en disparar sus ráfagas, segundo que él aprovechó para atacar con todas sus fuerzas, viendo más nítidamente su espada y usándola con todas sus fuerzas. Cayeron 5 más en ese momento. Mas no fue suficiente.

Habían llegado muchísimos de esos señores al lugar... y para cuando se dio cuenta, estaba rodeado de al menos unos quince, los cuales le golpearon y dispararon de alma. Tan fuerte fue su ataque que el pobre muchacho terminó volando unos 3 metros para golpearse de espalda a la pared de nuevo. Sus amigos estaban horrorizados con la escena: su amigo prácticamente estaba dando su vida para salvarlos y ellos no podían hacer nada.

El muchacho dejó de ver su espada y vio por última vez a la chica. Le dijo que era hermosa con una mirada que revelaba un "lo siento, no pude". Luego de verla, cerró los ojos. Muchos de sus amigos empezaron a sollozar.

Una risa malévola corrió por su mente en ese letargo... Algo que lo reactivaría.

Algo loco e iracundo... Más un grito femenino...

Lo despertó.

Abrió los ojos con una mirada perdida. Los señores lo miraron con extrañeza mientras se acercaban con cautela. Dieron unos pasos más cuando uno de ellos ordenó al del frente eliminarlo. Este se acercó más en medio de las protestas de los chicos.

Cuando se dio cuenta, el muchacho, antes moribundo, estaba ahora al frente suyo clavándole su mano derecha al fondo de su cuello. Lo último que vio el infortunado fue la cruz de su rosario.

Mandó una risa macabra a muy alto volumen y se asestó contra los otros. Con una velocidad mucho mayor y una malevolencia total, se abalanzó contra los otros hombres armados, preparado a acabar con todos uno por uno. Parecía burlarse de cada muerto que dejaba atrás.

Esquivando las balas, evitando los golpes y puñaladas y botando los cocteles molotov a otros sitios, pudo acabar con la mayoría de enemigos. Incluso, alguna herida infringida... la ignoraba.

En el momento de mayor trance, se acercó a uno y, de un zarpazo, le arrancó medio pecho. Riéndose, se alejó de él aproximándose a su próxima víctima, que no pasó mejor suerte, pues con la misma garra le destrozó la espalda y lo dejó desangrando así.

Así fue uno a uno, dejándoles moribundos o matándolos de golpe. Sus amigos veían con horror el espectáculo, pues no lo recordaban así. Además, antes de llegar a ese trance, él solo dejaba inconscientes a sus oponentes. Ahora, en cambio, y como si todo el respeto que tenía por la vida desapareciera, los aniquilaba de maneras detestables.

Al borde de acabar con todos, ya se le veía cansado, así pues se notó que optaba por reducir a uno para luego pasar a otro. Hasta que llegó el punto en que sus oponentes ya casi ni podían defenderse. En ese momento, empezó a "pasar revista" a sus enemigos, "terminando el trabajo" con cada uno. Iba a darle el último golpe a un joven de los hombres armados...

-¡Samuel, basta!

El grito femenino resonó en toda la sala. El chico detuvo su zarpazo, milímetros antes de arrancarle el cuello. Hubo un silencio total, interrumpido por la respiración agitada del joven que casi muere. Entonces, el chico soltó al joven con violencia al suelo y volteó como con desprecio a donde estaba la chica, con una mirada desafiante.

-¡Samuel, te digo que...! - titubeó, pues la situación la tenía alterada. Mas volvió a coger fuerzas para hablar - te digo que te... ¡que te detengas y ya pares!

El chico parecía confundido. Volvió a ver a su próxima víctima y luego a la chica. Sus ojos parecían querer salir de sus cuencas: bien abiertos. La vio con una cara como de asombro, desesperación, culpa... muchas cosas en una.

-Samuel... ¡Samuel detente! Ya para con esto... ¿Así me querías demostrar que... que tú...?

El chico se puso más indeciso. Se acerco un poco y tiró al señor que estaba vigilando a sus amigos, quien quedó muy atónito.

-No te me acerques... ¡aléjate, Samuel!

El chico, que tenía agarrado al hombre ese, lo soltó y la miró con una cara que, de no ser por los rasgos que tenía en ese momento y la sangre salpicada, hubiera conmovido a cualquiera. Se la quedó viendo fijamente casi un minuto, en silencio... Ella le mandó una cachetada.

Vio con desprecio al señor y... volteó donde la chica. Se le abalanzó.

Todos los chicos se alarmaron. Intentaron oponérseles todos, queriendo evitar que Samuel toque a la chica. Ella también estaba asustada: pensaba que quizá la iba a atacar y matar como a los otros señores.

Sin embargo... él la abrazó. Se le abalanzó simplemente para abrazarla. Sintió como volvía a la normalidad en su interior mientras sentía el calor de la chica en su piel y en sus llagas. Su sangre ya no la sentía brotar y el dolor desapareció, solo por rodearla con sus brazos. La chica... sin opción, hizo igual.

-Lo siento, mi niña. Gracias, Ariana, por todo lo que has hecho por mí.

El chico se quebró y rompió en sollozos. Habló con una voz extraña, quizá producto de su trance. Su cara había tenido todo ese momento una mirada furibunda con expresiones de ira, además de unas marcas extrañas de color blanco y amarillo. Todo eso empezó a desvanecerse de a pocos.

Por su parte, la chica se sentía extraña. Aceptó su abrazo y sus disculpas para sus adentros y lo veía con una cara de ternura, como comprendiendo lo que había hecho. Si bien su razón le decía que lo suelte y lo vote, había también algo dentro de ella que le hacía abrazarlo y hacerle sentir un poco de amor. No obstante, sus compañeros se peleaban por querer separarlos y votar al muchacho. Tenían ellos bien presente lo que acababa de hacer con todos esos hombres armados y, por considerarlo raro y peligroso, querían apartarlo.

Aun así, Samuel y Ariana los ignoraron. Se quedaron ahí en el suelo un rato. Ella estaba sentada con las piernas adelante y flexionadas, mientras que él estaba echado frente a ella con su cabeza en su regazo y con los brazos aun rodeándola.

-Ariana, ¿podrás perdonarme por todo lo que hice? - El chico levantó la mirada y le preguntó a la chica.

-No... - la chica rió un poco - Ya bueno, tendré que hacerlo. Igual, nos salvaste a todos. Gracias a ti.

El muchacho, entre más sollozos, se dejó desvanecer agobiado por las heridas. Se quedó dormido. La chica estaba consciente de ello y supuso que, por sus ganas, no iba a morir pues ella estaba abrazándolo. Les dijo a sus amigos que lo comprendieran pues les había ayudado. Incluso, les increpó que debían arreglar ese desastre y curar a los que estaban mal heridos. Uno de ellos recordó que aun faltaban otros nueve chicos y que no sabían dónde estaban. Por la puerta llegaron cuatro de ellos. Eran todos varones. Preguntaron que había pasado y se sorprendieron de ver a los dos chicos en el suelo de esa manera, además de ver a varios con heridas. Decidieron, pues, que debían restablecerse y buscar a los cinco restantes entre todos; además de preparase a pelear con más hombres armados.

-Oye, Samuel. - la chica le habló con la voz más dulce que pudo - ¿Tienes fuerza para un poco más? Hay que rescatar a los otros.

-Dame un ratito más, Ariana. - entreabrió sus ojos. Su voz ya se había normalizado, así como los rasgos extraños de su cara habían desaparecido - Déjame descansar, linda, para poder cumplir con lo que me pides.

-Jaja, ok. Sigue durmiendo entonces. Pero recuerda que hay que limpiar esto.

-¿Tengo que hacerlo? Ay...

-Sí, lo sabes bien.

-Ya bueno... no te preocupes. Lo haré.

-Además de protegerme. - una bonita sonrisa invadió la cara de Ariana.

-Ya, no te... - Samuel se sintió completo en ese momento. - Si, mi Arianita.

Entonces, sacó sus brazos, se acomodó, recostó su cabeza en su regazo y volvió a dormirse.

Instinto de protección: en letargo.

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